Cuento del solsticio de invierno
Navidad prehistórica
    Tras una larga y calurosa estación, las temperaturas se debilitaron dando paso a días más tibios y efímeros. Las jornadas, con luz cada vez más lacónica, anunciaban, junto con la despedida de ciertas aves, el gran ritual que la comunidad pronto gozaría.    
      Por ello, el Toky Antu, encarnación máxima en el acercamiento del Cosmos y la Tierra, donde esta última se reflejaba cual laguna celestial, dirigiría en los días previos, los quehaceres a realizar en cada tiempo. Las largas noches del período latente, las empleaba en dilatadas meditaciones entremezcladas con intermitentes trances.
Toky, Antu (mitología Mapuche)

     Tras varias gélidas veladas plenas de rituales, el trance lo hizo retroceder casi a los orígenes de su estirpe. Contemplaba a sus ancestros desde la altitud misma del Cosmos, y en su privilegiada posición divisaba un grupo de cazadores acechando a su presa en una zona pantanosa. En un principio, no reconoció el enclave, pero el posicionamiento de los astros lo ubicó. Se hallaba sobre los enervados riachuelos que se precipitaban desde las montañas próximas, finando en el gran lago. Era majestuoso ese paisaje antes de la adhesión de las aguas del inmenso lago al río Grande. La posterior erosión del actual río, moldeará, cual manos artesanas, el valle donde hoy habitaban numerosos poblados.

     Sus antecesores, tenían un aspecto más rudo, robustos y pequeños, pero no por ello menos eficaces en el arte de la caza. Sus útiles, menos perfeccionados que los actuales, los hacían arriesgar más en su misión, aun así, consumada con idéntico éxito.
     Recuperada la consciencia, el aturdimiento lo embargó por un momento, hasta que comprendió que la noche dejaba caer su oscuro velo negro para cruzar la línea alba del amanecer. El día transcurrió extraño, se sentía intruso con su propio pueblo. Eso le llevó a retirarse nuevamente a su atalaya, para continuar su rutina contemplativa, en unas horas más tempranas de lo habitual. Y fue entonces cuando todo se alineó y comprendió las sensaciones percibidas. En ese preciso momento " El Gran Cazador Celestial" aparecía débilmente esbozado en el firmamento cárdeno del atardecer. Esa era la señal del principio de los preparativos más esperados por el pueblo, y así lo comunicaría.
     La primera a la que daría la nueva sería a Kuyén, la gran Machy, conocedora de todas las plantas y pócimas ancestrales. Ella era primordial en estos ceremoniales, aunque estaba seguro de que ya había interpretado los indicios.
Machy, Kuyen (curandera Mapuche)

     Este año sería especial, fundirían el ritual con la construcción de un nuevo y majestuoso dolmen, así las cosechas y las bonanzas estarían aseguradas para la comunidad. La orientación SSE daría la bienvenida al todopoderoso sol en el momento en el que el día más oscuro del año, dé paso a un aumento inapreciable de luz, que culminará con los largos días en los que la Madre Naturaleza les regale sus frutos.
     El asentamiento era puro alboroto desde que se conoció la noticia. Aún  faltando un tiempo, todo debía estar perfecto para el día elegido. Grandes y pequeños tenían su misión y el trabajo en grupo articularía el engranaje de la fastuosa ceremonia, por la que serían hartamente bendecidos.
     Por su complejidad, centrarían sus primeros esfuerzos en la localización de las grandes piedras con las que crearían el santuario que les ayudaría a pasar del inframundo a un luminoso y placentero renacer. Un transito comparable al de los vivos desde la estación fría y oscura en la que se encontraban, hasta el esplendor que marcaría el próximo gran ritual donde el sol se sitúa en su máxima altitud.
     El símil de la vida y la muerte se vuelve a unir en este colectivo empeño. Una vez localizado el enclave idóneo, Kuyén realizó un ceremonial danzante donde vertió ciertas pócimas realizadas con plantas seleccionadas para la ocasión. Pedía permiso a la Madre Tierra para comenzar el monumento pétreo.
     Antu, por su lado, indicó la posición exacta donde debían construir la entrada...o salida, del dolmen, realizando con su fuerte bastón, la planta que tendría la construcción, armonizándolo, con una breve pero solemne letanía. Toda la comunidad estaba presente, mostrando su máximo respeto a ambas deidades terrenales.


     Tras los ritos, comenzaron los primeros trabajos. Un grupo de personas se afanaron en hacer incisiones sobre las líneas marcadas por el Toky. Allí se encajarían las grandes piedras verticales que otro grupo traería. Esa conexión pétrea, Tierra_Cielo, estaba comenzado a dar su forma. 


Planta de un dolmen
  Su planta, vista desde el firmamento, nos muestra un gran y cálido útero donde la Madre Tierra los acogerá cuando llegue el momento, siendo transportados por el corredor, canal del parto, a otra vida, a otro nivel espiritual. Al quedar concluido, aguardará pacientemente, a la persona que termina su andadura en esta vida y posicionada fetalmente, estará dispuesta para ese mágico transito.
     
      Cada quién tenía su papel en los preparativos de la inminente conmemoración que todo el grupo ansiaba celebrar. Algunas personas se encargaban de tener los fuegos del poblado con la ávida llama que cocinaría los ricos manjares de la festividad, otras realizaban utensilios en sílex o en barro, para mostrar como ofrenda, otras engalanaban el lugar de la vida presente, mientras otras se afanaban por terminar la decoración para el ceremonial en los lugares sagrados, donde los restos de sus ancestros reposaban. Vida y muerte unidas en un mismo rito, en una misma alegría, en una misma esperanza, en una misma creencia.


     Esa noche, cuando el poblado descasaba tras la afanosa jornada, obtuvieron una última señal del firmamento. La oscuridad de la noche se vio truncada por cientos de estrellas brillantes, que en sus arbitrarias direcciones, mostraban una escena cósmica, que aunque ya vivida, no dejaba de sorprender. ¡Llovían estrellas! Sabían que en pocas jornadas, el gran rito de la época oscura, tendría lugar.
    La noche, aliada ceremonial, brillaría tanto en el firmamento estrellado, como en la tierra, aunque para ello era necesario crear longevas antorchas de acompañamiento. El esparto seco, los reviejos, eran propicios para tal misión. Trenzados en su extremo, permitía realizar amplios círculos de fuego, gestando, en torno a cada persona, espectrales y mágicas aureolas.
     En la cornalina hora del atardecer, la comitiva emprende camino hacia el nuevo dolmen. Una liviana cuesta los llevará hasta donde fue erigido, la parte más alta de la Cuenca. Desde su atalaya, contemplará por milenios, el resto de dólmenes, el asentamiento del Clan, e incluso uno próximo a ellos. Privilegiado enclave el que poseerá la familia elegida, para su paso a otra etapa.
Orión apuntando a Aldebarán, la estrella roja de Tauro

      Una vez concentrado todo el grupo entorno a la futura tumba, el Toky miró al cielo para localizar al Gran Cazador y al poderoso Uro al que se enfrentará. Mientras él entonaba incomprensibles cánticos encaminados a la sacralización del lugar, la Machy invitaba a quienes presenciaban el rito a ocultar pequeños amuletos en el túmulo funerario. Cada enterramiento llevaba la esencia de todo el poblado: puntas de flecha, pequeños amuletos pétreos, óseos y cerámicos...una valija protectora para quienes ocuparán el sagrado lugar.
     Cuando el Poderoso Cazador de la bóveda celeste, se acopló ante la puerta dolménica, la evocación de Antu se vigorizó y el ritmo anodino y reiterado a modo de mantra, envolvió a quienes asistían al ceremonial. Kuyén percibió la señal y comenzó a repartir su licuado brebaje. No tardó en acrecentarse el compás de las danzas, siempre iluminadas por las aureolas de fuego, que abocaban al grupo a un largo, alborozado y gozoso trance que los haría deambular entre el inframundo y la realidad, por largo tiempo. 
     Vida y muerte en  perpetuo equilibrio, Tierra y Cielo, eternamente armonizados, ser humano y naturaleza, en aquel entonces, hermanados...
     Rituales de vida y muerte, de luz y sombras, que aún perduran en nuestro más profundo y primigenio ser. Para que no perdamos nuestra esencia, nuestro equilibrio, nuestra armonía con el entorno, sigamos jugando con fuegos ancestrales como manda la tradición en Gorafe, donde los Hachos no paran de volar, hasta que la llama se extingue, quedando latente para un nuevo ritual.


FELIZ NAVIDAD











Texto: Rocío Campos Maldonado                   Dibujos obtenidos de internet.

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