El agua en Al-Andalus


EL AGUA EN AL-ANDALUS
     
          Hace 6 millones de años, al colisionar las Placas tectónicas de África y Europa, surgieron Las Béticas, dejando estas, encerrada en su interior, la Cuenca de Guadix- Baza. Al inicio, este lugar se fue rellenando de sedimentos, hasta el límite que marcan hoy los llanos que orillan el cañón. Poco a poco la cuenca se fue colmatando con unos limos y arcillas, que son los que hoy colorean nuestros cerros con esos típicos tonos ocres. De igual manera visibles actualmente, se nos muestran, los conglomerados y arenas de los incipientes ríos oriundos de  la sierra de Baza, dejando su impronta en las paredes que flanquean hoy nuestra bajada a Gorafe. Está zona desembocaba en una llanura pantanosa finada en un lago salado, que ocupó la parte central de la cuenca. Hoy podemos ver los tonos blancos en los cerros que van hacia el Balneario de Alicún, en las llamadas Lomas Blancas.
Cañón del río Gor

          Cuando el río Gor se forma como tal, baja con gran afluencia por este valle de reciente formación y con sedimentos aún no consolidados, formando una zona de barrancos donde se encajó el río. A su vez, en momentos de fuerte precipitación, caen los laterales por deslizamiento, primero uno y con el devenir de los años el otro. Las continuas y caudalosas aguas que fluían en aquel entonces cincelaron el paisaje actual, paisaje que hoy está protegido y en el que hace 5000 años se establecieron las primeras tribus sedentarias.
     Pero dejemos pasar los milenios y centrémonos en el s. VIII, cuando llega el pueblo árabe a la Península. Estos no tardan en asentarse en la zona, dando lugar al enclave actual. Fortifican Gorafe, con un castillo del que hoy solo quedan algunos restos, debido a su desmantelación en 1451, tras la reconquista de la zona por los Reyes Católicos. La continuada erosión a la que ha sido sometido el lugar, perpetró el resto.
     Imaginandolo en pleno esplendor, esta fortaleza rodeada de casas-cueva, vigilaba el río Gor, principal acuífero de la zona.
    Parece ser que estaba formado por dos recintos a distintos niveles. El inferior, situado a media altura de la ladera, en la zona suroeste, actualmente aprovechado el muro conservado en pie, en otra construcción.
      El recinto superior, el principal, muestra hoy restos de torres de mampostería al sur y suroeste y también un último paño de la muralla al sureste, construida en el mismo material y dejando ver el enfoscado de mortero de cal con el que recubrían la estructura.
Restos del torreón
Piedras con mortero y cal


                          







      
Paño mejor conservado
Restos del castillo con los Algarves al fondo
          











      Teniendo en cuenta la franja fronteriza en la que se situaba Gorafe, era necesario en esta extensa zona, uno de estos castillos andalusíes llamados hisn. Su principal finalidad era dar protección a los campesinos y su ganado en épocas de conflicto, así como controlar y vigilar los caminos, defendiendo los espacios agrícolas de regadío e incluso fiscalizando los recursos.
     Los husûn, término en plural de estas pequeñas fortalezas, se expandieron por toda la zona norte de Granada con gran rapidez (véase la guía con la que termina la entrada anterior del blog). Habitualmente, no poseían edificios en su interior, a excepción de los aljibes para el consumo propio de agua, de ahí la proliferación de viviendas cuevas a su abrigo, extramuros.
     En este período Al-Ándalus, como vimos el mes pasado, transformó todo el sistema de cultivo en las zonas ocupadas, rentando las cosechas. Además de los vestigios relatados anteriormente, los aljibes, la nueva forma de irrigar estas tierras fue con las acequias. Acequias que en el caso de Gorafe, siguen en uso bañando la vega para conseguir mejores recolectas
Aguas bravías del río Gor
Bajada del río desde el Altiplano













 La palabra acequia, del árabe hispánico assáqya, significa irrigadora, siendo esta precisamente su función. Hay distintas terminologías para cada una de los diferentes regueros, dependiendo de su cometido. Comenzaremos por las principales vías, las que brotan desde el río, las acequias madre. Estas, marcan el límite más elevado del terreno, y a su vez el caudal de esta sirve para calcular el espacio concreto a regar. De ahí, se calcula la cantidad de agua necesaria para poner en regadío cada área.
     Para la buena distribución del agua, la acequia tiene que estar nivelada, no totalmente horizontal, ya que el agua se estancaría, pero tampoco con mucha pendiente, que provocaría una excesiva erosión. Ibn Luyun, en el s. XIV escribió “Donde se quiera dar curso al agua, ha de hacerse de manera que cada codo del terreno sea en su comienzo algo así como la punta de un dedo más alto que al final” Era la medida justa para una adecuada inclinación del agua.
     Desde estas acequias madre, el agua iba llegando a cada propiedad donde la esperaban las secundarias, siempre en tierra, por lo que necesitaban un mayor mantenimiento. Ellas, en su zigzaguear en la alquería, donan el preciado líquido a cada cultivo.
     En las épocas de menor caudal en el río o de mayor necesidad de riego, se distribuía el agua por turnos de tiempo o volumen. Fue entonces cuando surgieron las albercas, con la finalidad de poder reservar el agua de la tanda para otro momento e irrigar su campo sin horarios. Estas albercas, del vocablo árabe hispánico albírka, eran depósitos de agua realizados generalmente con argamasa o mortero, y poseía una entrada y salida del agua, habilitándola según sus necesidades. Este tipo de construcción no comienza a realizarse hasta el s.XIII y posee diferentes finalidades según su tipología. Así encontramos la ornamental, principalmente en palacios, los albercones, para mayor distribución sobretodo en las ciudades y las albercas cuya finalidad era el riego. En Gorafe, aún tenemos restos muy bien conservados de una de estas últimas, teniendo hoy la catalogación de BIC (Bien de Interés Cultural).
Alberca en desuso



Detalle de la alberca de Gorafe











 Pero continuando con el tiempo del baldeo, incluso hoy en Gorafe, existe una Comunidad de Regantes regida con unos estatutos creados en los años 60. Ella es la encargada del mantenimiento de las acequias y de la distribución de los turnos. En períodos húmedos, como el que disfrutamos este invierno y primavera, el exceso de agua en el río, permite a los agricultores no inscritos en dicha comunidad, el beneficiarse de la abundancia de agua a través de los Rútanos, acequias igualmente de tierra, pero que solo se pueden usar en épocas de exuberante caudal.

Rutano anegado en épocas lluviosas
    
      En aquellos años, el clima era más benévolo y el caudal del río triplicaba el actual, gracias a esto, los nuevos cultivos aportados por el pueblo árabe se adaptaron sin dificultad. Pero el río Gor, aunque era el principal acuífero, no era el único.
     De esta época son también las minas de agua, habiendo constancia de dos en Gorafe. Una, ya la vimos en la entrada de Enero, sita en la fortaleza-vertical de los Algarves, abastecía los Almohades de agua e incluso les permitía el almacenaje en un aljibe. Y la otra, enclavada en una de las ramblas del pueblo, que incluso hoy da nombre a la calle más larga de Gorafe. Esta última aún rezuma agua, aunque por desgracia está anegada.


El verdor de la Rosa mosqueta indica la ubicación
Agua que sigue verdeando la zona










         Una mina tenía como primer fin la captación del agua de un acuífero situado en el interior de una formación cárstica con la intención de dirigirla hacia un lugar determinado. Normalmente, hacia una acequia madre también rocosa y de materiales no permeables que le permiten retener y transportar el líquido.
     Pero volviendo al río Gor y su opulento y continuado caudal vamos a recorrer sus acequias, el lugar estratégico donde el ser humano da un pellizquito al río para domar sus cerriles aguas y darles uso.
     La primera que encontramos en el descenso a Gorafe es “la acequia del pueblo”, que comienza su andadura 3 kms antes de llegar al núcleo urbano, en la margen izquierda de la carretera, llevándonos desde el río entre flores silvestres y puentecitos en piedra,que acondicionan el paso de un terreno a otro. Tras deambular por ese costado izquierdo, regando varias parcelas a su paso, soterrada por la carretera cruza a la otra vertiente para continuar humedeciendo la tierra a su paso. En esta zona,  de geología más abrupta, debe cruzar cárcavas arcillosas para continuar su trazado, que continuará por la parte baja del Valle hasta encontrar un camino que la encauza hacia la zona conocida como Los Huertos. 
Acequia atravesando uno de los badlands
Puentes de piedra invitan a pasar
















     Estos huertos, que realmente hoy son olivares centenarios, son achortalados a su paso por la acequia cuando llega el turno, consiguiendo el agua con un ingenioso sistema de compuertas que distribuye el líquido a voluntad. Aunque hoy estas compuertas son de hierro, en Al-Andalus la piedra sustituía al metal.
     Pese a que hoy las acequias madre son de hormigón, obra realizada allá por los 80 para mejor conservación de las mismas, siguen teniendo su mantenimiento para eliminar la vegetación colindante, que en años como el actual crece indomable a su paso.
     Esta acequia que hoy recorremos atraviesa alegre el pueblo, de ahí su nombre, dotando de esa sonoridad especial a sus calles, tan apreciada por visitantes y foráneos. Y ese horadar cantarín de las aguas, se despide de Gorafe hacia los Algarves, donde continúa esparciendo el líquido que no donó a su paso por el pueblo. Allí, en ese espacio, perteneciente ya a la fértil vega de Gorafe, terminará su licuada andadura repartiendo vida desde la parte más profunda del valle.
Compuertas desbordantes de agua
Acequia del Pueblo a su paso por Gorafe














     Encontraremos la siguiente acequia en la margen izquierda de la carretera, que continúa hacia el Balneario de Alicún. A pocos metros del antiguo lavadero, nace "la acequia de en medio". Continuará su descenso hacia el Puente de los Tres Ojos, donde irá a dejar sus aguas sobrantes, junto con las que "la acequia del pueblo" trasvasó al terminar su recorrido, y en un solo caudal volverán al río Gor que corre al encuentro del Fardes. 
     En su pasear, regará este costado de la vega, donde nacerán por su líquido fluir huertos plenos de frutales, el imponente y predominante olivar y cultivos novedosos como los espárragos que aportan una nueva textura y tonalidad al paisaje.
  

Riego por inundación
Guiando el agua durante el riego
















     Riego que se realiza principalmente por inundación en el olivar y por goteo o pequeños rútanos en el huerto.
     Pero la vega de Gorafe se extiende a ambos lados de la carretera. Ya sabemos que la margen izquierda está asistida por "la acequia del medio", pero... qué pasa con la margen derecha? Pues le corresponde a "la acequia de la Mimbre" realizar ese cometido.
     Acequia que llega a la vega desde el río a la altura de los Montealegres, transitando por la derecha hasta cruzar a la margen contraria, dejando su húmeda huella en un gran cañaveral que serpentea en el arriscado terreno entre los badlands que la acotan, arañando un trocito de tierra fértil al árido contorno.
     Esta telaraña de acequias madre, acequias de tierra y rútanos, que tan enmarañada se nos antoja a los no duchos en la materia, no deja escapar ni deja de humedecer cada rincón, por escondido que se haye, del fértil vergel que circunda el pueblo.
     Si en ciertos momentos, bien por el tipo de cultivo, más ansioso de agua o menos, bien por los turnos en los distintos puntos de la campiña, que la peregrinan en su totalidad, las tres acequias madre están conectadas, trasvasando el traslúcido jugo entre ellas.
Presa con la que se cambia el curso del agua
Descargador de agua de una acequia a otra
     Una delicia para los sentidos, ver como saltan esas aguas donadoras de vida, los vertiginosos desniveles propios de nuestra geología, con inusitada soltura y algarabía. 
     Y en el final de una de esas intersecciones de acequias madre, en la que conforman "la acequia de en medio" y la "acequia de la mimbre" se podía  disfrutar hasta los años 60 de una noria.
     Una pena, no mantenerla más que en el recuerdo y en estas fotografías. Noria, que al girar de un burro, extraía y distribuía el agua al bancal elegido por su dueño.
Foto  Trinidad Rodriguez
Foto Trinidad Rodriguez















     El unitario caudal de las acequias y el río Gor, continúa su deambular humedeciendo la geología del Proyecto Geoparque Cuaternario Granada paseándose ante la majestuosa Discordancia de Gorafe, uno de los LIG (Lugares de Interés Geológico) del mismo.
Discordancia de Gorafe desde la carretera

Discordancia vista desde atrás 













     Pero toda esta increíble ingeniería árabe para maximizar el rendimiento del agua, no es más que una evolución necesaria para la permanencia de la vida en el territorio. Hoy, nuestra climatología es más agreste que la de entonces, con períodos prolongados de sequía, por lo que debemos valorar este preciado líquido, rentabilizarlo y mantener limpio su cauce y caudal para un prolongado disfrute del río Gor por muchos siglos más.
Cascada del río Gor en invierno


Texto y fotografía Rocío Campos Maldonado

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